La chica by Mariasol Pons Cruz

La chica by Mariasol Pons Cruz

autor:Mariasol Pons Cruz
La lengua: spa
Format: epub
editor: Planeta Colombia


13

AURELIO

Aquel día llegó Fifo con Aurelio, un hombrecito humilde, muy avispado, flaco y silencioso. Gabriela se acercó a Fifo para pedirle una pomada que le ayudara a cicatrizar las ampollas de la pelvis. Aurelio la miró y le dijo que pronto le traería un ungüento que preparaba una indígena de por ahí cerca. Que no se preocupara. Ella lo miró sorprendida y le dijo: «Y usted, muy civilizado, ¿no?»

Aurelio le contestó: «Mi señora, yo soy agricultor. Con el sudor de mi frente mantengo a mi familia en un pueblo que ni para qué le digo el nombre, si usted no va a saber dónde queda. Aquí, mi Fifo, que asiste al jefe, es como más ejecutivo. A mí la coca me paga los almuercitos de allá, para mí y mis dos hijas, porque mi mujer nos dejó hace rato, que dizque lo que yo hago no es legal, y se fue».

«¿Y usted qué hace, pues?» Gabriela hizo la pregunta porque Fifo se había ido a coordinar un cambio en la guardia de la noche, y la dejó con Aurelio para que este no se quedara solo en el campamento y así evitar que alguien molestase al desconocido.

Aurelio le respondió que pronto llegaría Fifo y que, conociendo al grupo, le darían una «tumba» si lo encontraban hablando pormenores, y que mejor buscaran otro momento para hablar. A raíz de este encuentro, Gabriela abrió más los ojos y los oídos; empezó a percatarse de muchas cosas. Por ejemplo, supo que el jefe del campamento vecino era el segundo en comando de todo el grupo armado, que el campamento donde se hallaba no era sino parte del círculo de seguridad del otro campamento y que la razón por la que Diego se desaparecía cada vez más a menudo, era porque debía coordinar, en primer lugar, la cobranza de la operación de protección de la droga que estaba saliendo por Ecuador y, en segundo lugar, las relaciones con personas que decían representar al gobierno local, las cuales generaban recelo y era necesario mejorar. Diego no quería que el jefe viera a su novia, aunque este bien sabía de la existencia de Gabriela. En vez de pelearse con Diego, empezó a hablar como si comulgara con todo lo que se enteraba y sabía que habían hecho las FARC. Diego empezó a confiar más en ella y a compartirle pequeños datos que permitían que Gabriela entendiera mucho mejor su entorno.

Era realidad que los gobernantes los traicionaban cada cinco minutos. Con contadas excepciones, el esclavo se vendía «al mejor postor», como en las épocas coloniales. Lo mismo pasaba a nivel mundial; por eso la estrategia debía ser cuidadosamente definida y estudiada. El grupo que los visitaba asiduamente llevaba cierto tiempo enamorándolos; aunque fueran ávidos en sus comunicaciones, su convicción era dudosa y eso inquietaba a Diego y a sus colegas, pues no tenían claro si estos mensajeros tenían el apoyo de la presidencia o si eran pillos bien informados. Diego sospechaba lo segundo.

Gabriela ya no dormía en el suelo, lo cual alivió sus ampollas y, por ende, su ánimo.



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